Algunas características en esta etapa de la vida colisionan con los pilares de la masculinidad tradicional, tales como la pérdida del rol de proveedor y el de autoridad en el hogar.
Cuando el ámbito doméstico no ha sido entendido como el centro de las actividades productivas, y los quehaceres del hogar no han estado tradicionalmente a su cargo, ¿qué ocurre luego del cese laboral, cuando gran parte del tiempo deben pasarlo en el hogar? ¿Cuál es su capacidad para adaptarse a su nueva condición y su autonomía para autosatisfacer sus necesidades básicas, factores que influyen directamente en la calidad de vida familiar, especialmente en contextos de carencias materiales? ¿Qué ocurre cuando hombres afrodescendientes mayores no han cotizado lo suficiente para adquirir una jubilación?
En muchos casos, lo que se pone en evidencia es un fuerte desarraigo, no sólo económico, sino también afectivo y simbólico. La imposibilidad de retorno a sus países de origen, ya sea por falta de recursos, vínculos rotos o por el sentimiento de haber quedado fuera de lugar en ambos contextos, intensifica la sensación de exclusión. A esto se suma la falta de espacios donde hablar de lo emocional sin miedo a ser juzgados, lo que vuelve invisible un malestar profundo y sostenido.
Por eso es urgente pensar políticas públicas y redes de apoyo que contemplen no solo las necesidades materiales de estos hombres mayores, sino también sus necesidades emocionales, identitarias y afectivas. Es fundamental que el envejecimiento sea acompañado desde una mirada que reconozca sus trayectorias migrantes, los efectos del racismo estructural y la urgencia de repensar las masculinidades en esta etapa de la vida.
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